Se trata de una cuestión difícil pero necesaria. Muchos padres no se atreven a dar este paso y dejan pasar el tiempo esperando que sea el propio niño el que saque sus conclusiones. Ésta no es una buena técnica ya que encubre el miedo y la inseguridad personal del progenitor, creando en el niño ideas erróneas. Los problemas aunque sean dolorosos hay que encararlos con decisión y energía y deben ser comunicados con tacto y de forma realista. Los hijos se enfrentarán mejor a la situación sabiéndolo por boca de sus padres que adivinándolo por su cuenta.
Los hijos tienen derecho a saber aquello que va a ser decisivo para su vida futura. La manera de contarlo es fundamental, ya que según cómo se plantee al niño la cuestión, reaccionará de una manera u otra, lo aceptará o lo rechazará, sufrirá más o menos. Ésta debe ser clara y sencilla y, sobre todo, con amor; debe quedar fuera de toda duda que sus padres les quieren y les protegen.